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martes, 11 de octubre de 2011

PIROPOS Y ALBURES

Escena 1: Una mujer alta, morena, delgada pero voluptuosa se contonea y desfila con una minifalda por una plaza. Las voces de los machos no esperan para resonar: “¿Cómo una cintura tan pequeña soporta una belleza tan grande?”, “¡Encandílame con esos faroles; así chocaremos de frente!”, “¡De tu mano tomaría hasta veneno!”. La chica guarda una sonrisa y sigue caminando, casi indiferente...
   Escena 2: Un grupo de amigos se reúnen a mirar un partido de fútbol. Uno de ellos entra a la cocina a buscar una cerveza, y encuentra a su amigo inclinado frente al refrigerador. “¡Ay, cuánta confianza me tienes!”, exclama –“Pues para que te sientas cómodo. ¿Quieres un cojín?”, responde el otro. En eso entra un camarada más: “¿Oigan, han visto el chile?” –“Búscale por aquí” (se señala la bragueta)...
   ¿Qué tienen en común ambas situaciones? “Ambas son un juego de palabras. El primero resalta la belleza femenina sin intenciones de ofender; el otro tiene connotación sexual”, responde José Brú, investigador del departamento de Lenguas modernas del Centro de Ciencias Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), durante su conferencia Albur y piropo mexicano.
   Conquistar a una muchacha es la meta. Cómo comenzar tal proceso (entablar el primer contacto) bien puede ser resaltando su belleza con un piropo. “El que sabe buenos piropos es un hombre galante. Es señal que sabe halagar y cortejar a la muchacha”, comenta Brú, quien explica que los hay de todo tipo. Unos muy educados: “Desde que viniste, el cielo se quedó sin ángeles”, históricos: “Si Colón te hubiera visto diria: ¡qué bonita Pinta tiene esa Niña!”, e incluso poéticos: “Hoy la tierra y los cielos me sonrieron [...] hoy me ha visto, me ha mirado. Hoy creo en Dios (G.A. Becker)”, pero suben de tono y entran en territorio sexual: “¡Mami, qué buen cofre para guardar mi tesoro!”, “¡Santa Bárbara!; santa por delante, bárbara por detrás”, y hay los que de plano se pasan: “¡Con esos pelotones se pone firme mi general!”, “¡Qué bonitas piernas! ¿a qué horas abren?”, aunque pasan por lo cómico: “¡Quisiera ser ardillota, para comerte bellota!”, lo irónico: “Megustan tus espinacas, pero más tus piernas flacas”, lo médico: “quisiera ser gripe para pasar dos semanas contigo en cama”, lo intelectual: “estás mas completa que la enciclopedia británica!”, y llegan hasta lo vanguardista: “¡Cuando veo tu software, se excita mi hardware!”.
   El piropo está extendido por todos los países de América Latina. Piropear es parte de un juego de conquista en el que si la mujer no responde al primero, aclara Brú, no es una mala señal, sino parte del mismo juego: “no hace caso por que no digan que es muy ‘fácil’, aunque ahí entra la sagacidad del galán para seguir piropeando y ‘convencer’. Es el juego de acosar y retroceder”.
   En cuanto al albur, “existe desde que México es México”, menciona Brú, y tiene que ver con nuestras raíces históricas. “Es un poco para defenderse de la Conquista; un lenguaje suvbersivo que se habla entre los ‘iniciados’, y los otros no entiendan mientras se estén pitorreando de la autoridad”.
   Este juego de palabras en donde uno trata de ganarle verbalmente al oponente con intención sexual no se encuentra en ningún otro país, y en México la mayor parte de la gente, en especial los jóvenes, saben alburear. “En el lenguaje tiene mucha importancia. Se necesita mucho ingenio para captarlo y defenderse. Eso sirve para manejar mejor el lenguaje y la cabeza -sin albur-”, aclara.
   ¿El albur debe ser tomado como vulgar? Brú responde que sí, desde el punto en que la palabra proviene del latín “vulgo” que significa “pueblo”. “Vulgar es lo mismo que popular, y en ese sentido si lo es, pero en todas las clases sociales se dan, incluso entre las mujeres”.
   Cualquier persona puede alburear; mujeres incluidas. Esto, explica el investigador, es parte de un cambio que se dio en la igualdad entre sexos: “Nuestras abuelas o visabuelas decían que eso era cosa de carretoneros. Eso ya cambió y entre los hombres se da mucho que tienes que aprender a alburear para defenderte. Es un esgrima verbal. Por el lado de las mujeres, pues se la pasaban en blanco. Tuvieron que aprender a alburear para saber qué estaba pasando”.
   Cabe destacar que los duelos albureros también cumplen una función que es la de desplazar a la violencia física. “Incluso cuando pierdes terminas riéndo y aceptas que el otro se la echó muy buena”, menciona Brú, y pone como ejemplo y antecedente los duelos de coplas mostrados en filmes clásicos mexicanos como “Dos tipos de cuidado”, con Pedro Infante y Jorge Negrete, quienes se baten con frases hasta que uno ya no tiene qué decirle al otro. Muchos personajes del teatro de carpa que vieron su éxito en el teatro Blanquita, como Alfonso Sayas, el ‘botellitas’ Quintero, entre algunos, se reconocen por su actitud alburera.
   Brú afirma que el albur tiene una tradición con la picarezca española, en la edad media del siglo de oro. Ese ingenio que había para que el pícaro pudiera sobrevivir, y así se fue transformando. Ahora, al igual que los piropos, los utiliza toda clase de persona y los hay con referencia a los nombres: Aquiles Rosas, Santiago Rico y su hemana Alma María; premios Nóbel como Rigoberta Menchú Farías, la religión: La madre Sota, San Buto (el Pelón), el Beato Carlos y el Cardenal Gasdaz; los animales: Palomas ticas, nombres de localidades: “Déjame Jalapa tu Chichén Itzá”, incluso con textiles: camisetas de tela dejaba por dentro, gorras de mamey, chupones de reata, de venta en Telas Poncho, entre muchos, las medicinas no se escapan: Kenal gotas para los ojos, Chupa Melox, Inyecciones de Mitrocito y el remedio casero; para el dolor de cabeza, chupa limón, los insólitos; como el árbol que dá en la punta limas, en el tronco rosas y atras pasas, ver para creer.
   “Es parte de un doble sentido que viene a enriquecer el lenguaje de los mexicanos, porque las malas palabras, también son palabras, y el no contemplarlas es una limitante en nuestro vocabulario”, comenta Brú, quien comparte su piropo predilecto: Si la belleza doliera, su vida sería un alarido.
Asi que, ¿Qué comen los pajaritos?, Maasita!

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